HOLA, soy CLAUDIA
Como tantas otras mujeres sufrí en mi propia piel la angustia y el dolor que supone la infertilidad.
La maternidad no empieza cuando nace un bebé. La maternidad empieza muchísimo antes. Mi maternidad empezó allá por el 2016 y fue transformándose, pasando por muchos estados: ingenuidad, incredulidad, miedo, dolor, resiliencia, tesón… Y felicidad.
Una montaña muy alta me esperaba y yo no lo sabía. Afortunadamente, llegué a la cima y me encantaría contarte cómo fue el camino…
El 19 de diciembre de 2017 mi alma se rompió en pedazos cuando escuché las únicas 3 palabras que mi mente jamás borrará: “no hay latido”.
Tendida en esa camilla quise que mi vida acabara en ese preciso momento. Sentí que no podía hacer frente a mi nueva realidad. Nuestro hijo Hugo, al cual llevaba unida 17 semanas de embarazo, había muerto.
Ya nunca lo iba a poder sostener en mis brazos, ni iba a escucharle llamarme mamá. Se había ido para siempre y nadie podía devolvérmelo.
Aquella noche mi vida cambió para siempre, pero antes de contaros qué pasó después, dejadme que rebobine la cinta hasta mayo de 2016.
Nuestro primer embarazo, fugaz y tintado de sangre.
“Estas cosas pasan, ya te volverás a quedar embarazada”.
Lo que parecía ser solo una piedrecita en nuestro camino a ser padres, poco a poco se fue convirtiendo en un camino serpenteado y con cuestas: sillones de salas de espera, potros, primeros diagnósticos, luces de quirófano…
Abrí mi canal de YouTube y mi cuenta de Instagram para compartir a través de esas ventanas mis miedos, mis inseguridades, mis frustraciones, lo que iba averiguando por el camino, los retos a los que me iba enfrentando. Mi diario, mi autoterapia… Sabía que al otro lado de la pantalla había mujeres escuchándome y viéndome que me entendían y apoyaban, y eso me empujaba a seguir compartiendo mi camino.
Y así llegamos a nuestra primera FIV con 2 preciosos blastos, 2 oportunidades de oro. Y a nuestro primer selfie post-transferencia con la foto de nuestro futuro bebé, Hugo, sin imaginarnos todo lo que íbamos a sufrir meses después por él.
Su muerte no fue en vano, nos enseñó a luchar más si cabe por nuestro sueño, a rendirle homenaje en cada paso que dábamos, cada vez que le nombrábamos, cada vez que ayudábamos a otra pareja con nuestra experiencia, con nuestro duelo silenciado por otros, pero importante para nosotros, cada vez que salvábamos una piedra en el camino.
Siempre fui una persona tenaz y en cierta forma, inconformista. Sabía que había algo que se nos escapaba. Y no paré hasta dar con la llave que me abriría las puertas de la inmunología reproductiva y me devolvería la esperanza de ser madre.
El cuerpo humano es extremadamente complejo y asombroso. Descubrimos que mi sistema inmune dificultaba la correcta evolución del bebé en mi útero. Las piezas de mi puzzle no encajaban con las de mis bebés. Pero había esperanza, había tratamiento. Rendirse no entraba en mis planes. Nuestro pequeño Martín nos llevaba esperando envuelto en hielo casi 2 años. Y así fue como el 30 de octubre de 2019 entre lágrimas de felicidad, éxtasis y alivio nos convertimos por fin en padres en la tierra.