El otro día subí un post a Instagram en el que os hablaba de los problemas que me acarrea la dichosa incertidumbre. Contaba que es de las cosas que más me cuesta controlar en mi día a día.
La incertidumbre, aparte de ser completamente inútil, puede llegar a ser una losa muy grande para algunas personas. Y lo que es peor, puede tomar tanto protagonismo en tu vida que te impida vivir el presente, ¡que a fin de cuentas es lo único que importa!
Vale… La teoría es muy sencilla. La práctica es otro cantar. Y está estrechamente relacionada con la mochilita que llevamos a cuestas y que tan complicado resulta a veces dejar en el suelo y olvidarnos de que existe…
Hay algo curioso en mi historia con doña incertidumbre:
En el embarazo de Martín por primera vez en mucho tiempo la incertidumbre no se apoderó de mí.
No voy a decir que no tuve miedos ni inseguridades, obviamente los tuve. A porrón. Por lo vivido en mis 2 embarazos anteriores, pero sobre todo por lo que pasamos con Hugo. Pero venían, se instalaban en mi cabeza un rato, y se volvían por donde habían venido. Ciao.
Y eso para mí era un logro bestial.
Por aquel entonces yo ya llevaba más de 1 año yendo a terapia semanalmente, familiarizándome con mi carácter, con mis expectativas, con mis pensamientos… Cómo gestionarlos, cómo afrontarlos.
Por supuesto el día después de la beta positiva tuve sesión con mi psicóloga. Tanto el mismo día de la beta como los siguientes estuve muy descolocada, aterrada e insegura de hasta el aire que respiraba. Me llegué a plantear seriamente si iba a poder con ello.
PERO LO CONSEGUÍ.
¿Sabéis cómo? DÍA A DÍA.
Paso a paso. Tachar un día en el calendario, irme a dormir sabiendo que ese día había acabado y que todo estaba BIEN, me daba mucha tranquilidad y serenidad para afrontar el siguiente día. Me sentía como quien va a animar a los runners en una maratón, corren junto a ellos un tramo por fuera de las vallas, les vitorean, les animan con palmas. Pues eso mismo me lo hacía a mí misma en mi cabeza.
Cuando me venía un pensamiento negativo, malo, dañino… Lo analizaba, lo diseccionaba. De dónde viene, por qué viene, qué quiere de mí. Y así iba perdiendo fuerza, iba perdiendo lógica.
Me funcionaba casi siempre. Y cuando ni con esas podía luchar con ellos, lo verbalizaba, se lo contaba a mi madre, a Uje, a una amiga. De esa forma perdía fuerza también.
Me di cuenta de que YO ERA MÁS FUERTE QUE ELLOS.